domingo, 25 de marzo de 2012


Agarrar mi mochila e irme. Eso pasa por mi mente cada vez que hablo con alguien. No porque no esté complacida por sus palabras pero siento esa inmensa necesidad de salir y vivir. ¡Carai! Si es necesario pintarme el pelo o de escalar una montaña, pero algo... Algo que no sea la misma rutina de día a día, algo que haga que mi corazón lata con más fuerza... Algo que me cure el pasado. Necesito salir, y no salir a una ciudad cosmopolita si no ir a una hacienda del tiempo del Porfiriato o hasta una montaña y pasar ahí la noche. Ser tan libre, necesitar tan poco... Solo yo y la luna unidos por la noche... Mis recuerdos serian remplazados por momentos de grandeza que aceleran el corazón llevándolo al límite y llenan el alma de energía. 
Salir y oler las margaritas en verano o comer manjares provenientes de pequeñas aldeas del sur de México... hasta cabalgar por los campos. Conocer gente fuera de lo ordinario, de esa gente que conoces por accidente, en un café, en la estación de autobuses, en cualquier lugar, tener ESE MOMENTO el que dura quizá unos minutos o hasta horas con una persona que acabas de conocer. Hablar como nunca has hablado con nadie, y todo es perfecto porque no se espera nada a cambio. Ambos saben que nunca se volverán a ver... así que se abren como nunca lo han hecho... cuentan sus sueños... sus aspiraciones... abren una pequeña puerta que te lleva directo a ver su alma... y por ese momento... nada los puede interrumpir. Se para el tiempo, las manecillas van más lento, teniendo compasión por dos almas con vacio, dándoles algo por que vivir, algo que contar. 
Por eso, mi alma pide a gritos una salida, una salida de este ámbito tan habitual y contemporáneo. Mi alma pide a gritos uno de esos momentos.

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